El olfato es el primer sentido que el bebé desarrolla unos momentos después de nacer, es el motor que le guía hacia la madre que es su primera fuente de amor, alimento y calor.
El olfato en estado puro, es decir sin ninguna asociación, está intrínsecamente ligado al gusto, que es el segundo sentido que desarrollamos. Gusto y olfato trabajan en equipo en los animales, con una sola dirección: conseguir alimento, que es su principal instinto de vida.
A medida que el bebé va creciendo se va tejiendo toda su red interior de emociones y sentimientos, fruto de las experiencias amorosas con las personas que lo rodean y lo aman, padres, hermanos, abuelos, tíos y educadores.
Esta red emocional se va creando y ligando al sentido del olfato, de tal manera que cuando somos adultos un olor a menudo nos trae un recuerdo emocional vivido. Este recuerdo emocional puede ser agradable o desagradable, cálido o frío, amoroso o desangelado, entonces automáticamente ese olor «nos gusta» o «nos desagrada»: es un olor que dejamos entrar o lo rechazamos. Por ejemplo todos tenemos recuerdos olfativos de infancia: el olor del polvo de talco, el olor de las papillas, de la colonia de bebé, estos olores son neutros pero en función del recuerdo asociado, nos resultan agradables o desagradables.
Entonces, sabiendo todo esto, con el fin de aprender a potenciar el instinto a partir del sentido del olfato hay que aprender a deshacer la trenza de la asociación olor-recuerdo, volver a recuperar el olor neutro sin una emoción ligada, el olor puro del talco, papilla o colonia, el olor que siente el niño antes del sentimiento asociado.
¿Y esto como se hace?
- Inspiramos profundamente por la nariz y damos paso a que el olor entre dentro de nosotros, intentando no producir pensamientos, sencillamente olemos con toda su plenitud, que el olor ocupe toda la cavidad nasal.
- Seguimos oliendo y sentimos que el olor atraviesa los pulmones, pero no nos paramos, ya que en la zona del pecho es donde viven nuestras emociones. Si se nos despierta algún sentimiento, no nos detenemos.
- Seguimos inspirando el olor hasta que el aire llega a nuestro vientre, la zona del cuerpo donde vive el instinto, aquí es donde necesitamos que el olor se quede y dejamos que ocupe todo el cuenco pélvico, que ocupe tanto espacio como podamos, posibilitando que este olor vaya despertando la memoria celular del instinto.
- Nos quedamos aquí y disfrutamos del olor en su estado puro, sin ningún pensamiento ni emoción asociada.
Por ejemplo:
- Sentimos el olor de talco, inspiramos profundamente, sentimos un cosquilleo en la nariz: lo observamos desde la mente y lo dejamos pasar.
- Seguimos inspirando y el aire atraviesa los pulmones, el olor a talco nos despierta una emoción de infancia, la observamos y la dejamos pasar, no nos enganchamos al sentimiento.
- Seguimos inspirando y llegamos al vientre. Como ya hemos dejado caer pensamientos y emociones, el olor de talco llega sin ninguna asociación, en estado puro, entonces llenamos el vientre de aire, lo ensanchamos.
- Volvemos a oler y llevamos el olor directo al vientre y sentimos la energía del olor desde el instinto con toda su plenitud y potencial.
- Entonces nos imaginamos que el olor se expande por todo por todo nuestro cuerpo llenándolo de su energía y despertando la memoria celular instintiva.
- Lo repetimos varias veces.
¡De esta manera tan sencilla puedes recuperar el instinto del olfato!
Mercè Cid
Membre de l’Equip de l’Escola de l’Ésser
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